sábado, 7 de junio de 2014

El hombre problemático

El asunto de la modernidad no es un tema fácil de abordar, sus inquietantes contradicciones – que con frecuencia conducen hacia la entropía y el caos – no son menos paradigmáticos que los triunfos alcanzados por la técnica y la razón a lo largo de los últimos doscientos años. Vemos, como señala Berman parafraseando a Marx, que todo lo sólido se desvanece en el aire y que el todo coherente, promesa de la ilustración, se resquebraja cada vez con mayor rapidez, se desmorona como un castillo de naipes en medio del temporal.

El contrato social suponía darle un orden a la existencia humana, ordenarla en principios apriorísticos y universales (Kant), consolidar un sistema de instituciones que garantizarán el verdadero ejercicio de la libertad, donde se manifieste todo el potencial de la voluntad libre (Hegel). Un tejido social fortalecido después del aniquilamiento del antiguo régimen; así se levantaba la modernidad anunciando la luz del nuevo día, pero sus estructuras, sus cimientos, apenas podían sostener, con suficiente rigor, el enorme proyecto que pretendía poner en marcha.

El hombre moderno es libre al fin, pero no sabe para qué. Esa libertad lo desborda, lo confunde. Weber observa en esta libertad el problema medular de la modernidad. Ahí ha fracasado la ilustración, ha confeccionado un traje para un maniquí, no para un hombre. Este encumbramiento de las libertades, de la razón como medio regulador de las acciones humanas y el desmoronamiento de las instituciones tradicionales, de las castas y del orden pre concebido y eterno del antiguo régimen ha desatado torbellinos. No solo ha muerto Dios, ha muerto el sentido, la atmósfera se ha enrarecido de agitación y turbulencia, “mareo y ebriedad, expansión de nuevas experiencias, destrucción de los límites morales y ataduras personales, fantasmas en la calle y en el alma” (Berman:70).

La modernidad, y con ella sus puntales de lanza; la democracia representativa y el capitalismo, ha occidentalizado el planeta y han regado sus intersticios de techné, hedonismo e individualidad. Nadie se ha salvado de la vorágine del consumo masivo y de las necesidades creadas. Ni siquiera los artistas e intelectuales cuyo única manera de existir es alimentando al mismo sistema que lo esclaviza, con su exigencia creativa cada vez mayor y su aparente tribuna abierta, ambas cada vez más inofensivas. Nos han seducido a todos, nos hemos creído el paradigma del hombre moderno, ilustrado y libre hasta tal punto que hemos sido incapaces de desarrollar una perspectiva crítica. El embelesamiento de las vanguardias, la propulsión del nihilismo y la creencia de tener absolutamente todo a la mano nos ha vuelto cómplices silenciosos de una nueva forma de dominio.

Por eso Berman hace bien en traer a Marx de nuevo, porque más allá del camino que este pueda trazar, lo que debe ser considerado, hoy más que nunca, son las preguntas que formula. Marx es un modernista genial por la capacidad de entender la problemática de los mecanismos de producción y cómo estos mecanismos afectan al individuo moderno. El capital es en sí el elemento que opera detrás del telón las acciones que adoptan las sociedades. No existe nada puro en ellas. Ni siquiera las ideas más subversivas están emancipadas del mercado, operan en él.

Nadie es realmente libre en la sociedad capitalista, cada vez más amplia, nadie está a salvo en ella, por el contrario, la sociedad burguesa se ha tornado ella misma en una sociedad proletaria, en una fuerza de producción al servicio de una nueva clase hegemónica. Lo que Berman propone a través de Marx es que los modernos “deberían aprender que podrían ofrecerles algo mejor a cambio (a la sociedad): una capacidad superior para imaginar y expresar las relaciones infinitamente ricas, irónicas y complejas que existen entre ellos y la “sociedad burguesa moderna” que tratan de negar o desafiar. La fusión de Marx con el modernismo disolvería el cuerpo demasiado sólido del marxismo – o por lo menos lo entibiaría y ablandaría – y, al mismo tiempo, daría al arte y al pensamiento moderno una nueva solidez, dotando a sus creaciones de una insospechada resonancia y profundidad. El modernismo se revelaría como el realismo de nuestro tiempo”(Bermann; 121)

La percepción del trabajo en Marx se aproxima más al pensamiento de Rousseau que al que sus detractores buscan adjudicarle. El trabajo enajena al hombre porque le resta el tiempo para explorarse a sí mismo. Si bien Marx no se aproxima a desarrollar un aspecto artístico o espiritual en su acercamiento al hombre es más humano, ciertamente, que los fundamentos que el capitalismo moderno trata de imponer.

Hay un tránsito ineludible de la humanidad a través de la modernidad y del capitalismo, no ya para alcanzar las directrices del manifiesto comunista, sino para el propio desarrollo de su propia conciencia. Un nuevo germen debe brotar de las manifestaciones críticas para que se levante un nuevo hombre que ya habiendo experimentado el caos y las tinieblas, exacerbado el deseo, las pasiones, la explotación, el espectáculo y el miedo al abismo, afirme una nueva identidad que lo colme de sentido. Para eso tal vez tenga que tomar distancia, cansado de los rayos multicolores que acosan sus movimientos, y replantear, en la cuestión colectiva, el rol de la modernidad en el devenir del hombre.

- Berman, Marshall (2008) Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI
- Marx, Karl. El Manifiesto Comunista
- Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Alianza (2012)