martes, 13 de mayo de 2014

La filosofía como una obra de arte

A propósito de Badiou quien reflexiona en torno a un histórico vínculo entre la poesía y la filosofía se me ocurre tal vez estirarla incluso más allá de Rimbaud. La filosofía es narrativa, y el precepto básico de la narrativa, o de la literatura por encima de todas las artes, es la de ordenar las cosas, ordenar el mundo, ordenar la vida. El sujeto autor, que se expresa en función de revueltas, que está en constante batalla con su misma condición trágica, arrojado a una existencia sin respuestas, formula en su discurso una serie de correlaciones que le otorguen sentido y que le den una cierta verosimilitud a su relato. 

Badiou otorga cuatro dimensiones al deseo de filosofar: La dimensión de la revuelta, la lógica, la universalidad y el riesgo. Las cuatros fracturadas por la modernidad. La revuelta es enmarrocada por la apariencia de la libertad ya decretada que se pone al servicio de un sistema que comercializa la idea misma de libertad. La lógica se presenta desconectada y desprovista de rigor; la emocionalidad del espectáculo de la comunicación masiva la toma por asalto y la asemeja al sucedáneo del mundo feliz de Huxley. Sobre la universalidad; la atomización de la vida en que vivimos es palpable en cada actividad que realizamos, ya no hay lugar para los modelos sagrados y las verdades absolutas, la fragmentación empujada por las nuevas tecnologías y el desvanecimiento de los meta discursos han acabado con ella. Por último el riesgo supone desafiar todas las comodidades en las que nos hemos ido asentando, hemos renunciado al valor de enfrentarnos a los peligros del azar, al querer controlarlo todo ya nadie quiere tirar los dados.

A este deseo tetradimensional, dice Badiou, la filosofía contemporánea agrupa tres frentes; La corriente hermenéutica, la corriente analítica y la corriente posmoderna. La primera se refiere al concepto central de la interpretación que encabeza sus filas con Heidegger y Gadamer, la segunda cuyo estandarte es la regla y los estrictos límites en los que la enunciación cobra sentido tiene en Wittgenstein y Carnap a sus principales representantes. Finalmente en la tercera los cañones apuntan a la deconstrucción de la idea de totalidad, a disolver la ideas modernas del sujeto histórico, del progreso, de la revolución y el ideal de la ciencia, encarnan sus voces Jacques Derrida y Jean - Francois Lyotard.

 Badiou reconoce en estas tres propuestas ciertas características comunes, la primera, negativa, es que las tres ya no están en posición de defender una metafísica, que la verdad objetivizada ya no se puede dar y que esta necesidad de verdad debe ser sustituida por una filosofía orientada a la búsqueda del sentido. La característica positiva, y esto es central en Badiou, es la pregunta por el lenguaje, ya que es ahí donde el pensamiento busca desentrañar el sentido. La pregunta por el sentido reemplaza a la clásica pregunta por la verdad.

Ahora, la gestación de una obra de arte reúne varios de los requisitos que Badiou expone para saltar con éxito la brecha generada por la modernidad. La aceptación del lenguaje como horizonte absoluto del pensamiento pre supone la coexistencia de diferentes formas de expresión. El principio de interrupción es el mismo principio crítico de rebeldía en Camus, de no conformidad con el status quo que subordina al hombre, en este tiempo, a la mercancía del dinero y la información. Pero esta interrupción alberga la esperanza que supone un lienzo vacío o una hoja en blanco. Porque es replantearse, ya no desde el panóptico sino desde nuestras diminutas islas personales y divergentes la forma más asertiva de acercarnos al mundo.

Para Badiou estas tres corrientes ya no sirven en su totalidad, hay que partir de las cosas y ya no del lenguaje, hay que ralentizar el proceso del pensamiento, hay que tomar distancia del mundo. A tiempos veloces debemos imponer pausas necesarias para que no nos arrastre al caos. Pero el lenguaje no son solo palabras, y la velocidad no es siempre violenta. La filosofía del acontecimiento, que es la propuesta de Badiou, donde lo singular predomina por encima de lo universal, en términos contrapuestos a lo que Descartes, Hegel y Kant tenían en mente aún carga con los rezagos de la modernidad, lleva adherida al cuerpo las esquirlas de esa idea de verdad a la que Badiou no quiere renunciar. Las necesita para enfrentarse a la equivocidad del sentido, pero el sentido está incluso más allá de la equivocidad.

Una obra de arte no acepta concesiones, lo aracional convive con lo racional, la honestidad que salta de las entrañas como un demonio demanda sacrificios y rituales y también sosiego y reflexión. Si algo nos anima en la post modernidad es el deseo de llevar al paroxismo nuestros propios límites, el arte está para ordenarnos en ese profundo y solipsista abismo al que nos enfrentamos, no está en función del mundo de la razón y del sistema del lenguaje formal, ni de los arquetipos, ni las convenciones de un modelo determinado, sino que se yergue para construir un relato propio colmado de ensayos y errores, un relato que incluya también a la mercancía, a la información, a la multiplicidad tecnológica y a la obsesión por la seguridad.

Este relato impregnado de autenticidad puede empezar – a medida que encaja sus primera líneas – huérfano de sentido y encausarse, con el tiempo, hacia un devenir más pleno, hacia una obra de arte.



*Badiou, Alain "El deseo de filosofía y el mundo contemporáneo". En: La filosofía, otra vez. Madrid:Errata natural, 2010, p.49 - 66.

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