Remontarnos al pasado desde una perspectiva crítica frente a la sacralización de la historia es tal vez un camino obligado para no sólo entender los orígenes de las problemáticas sociales locales sino, para sobre todo, allanar el camino hacia una práctica política sostenible que permita la integración del futuro en una comunidad universal.
Las tentaciones totalitarias de la historicidad, de la filosofía de la liberación, de los desafíos multiculturales e interculturales también acechan a la vuelta de la esquina con sus pretensiones homogeneizantes. La ideologización de estas posturas tampoco favorecen al debate, no se trata de suplantar al centro por la periferia ni de reivindicar únicamente posiciones empobrecidas por la historia. La referencia a lo universal en el párrafo anterior está trazada no con la intención de agrupar, sino más bien de convocar hacia un modelo con los pies en la tierra y no desde miradas bucólicas o atemporales.
Es decir, en palabras de Dussel, en apreciar la crítica posmoderna pero descentrándola de la periferia mundial, reconstruyéndola desde las exigencias políticas concretas de los grupos subalternos. Hoy estamos sumidos en la impronta de una hegemonía occidental, que encumbra a la cultura del consumo y el hedonismo como única ideología ante el derrumbe de los meta discursos que le daban sentido a la modernidad. Lyotard sostiene que en esta guerra de guerrillas en la que debemos enfrentar a la occidentalización del mundo hay que darle cabida, al fin, al factor de lo aracional (1) . Este elemento nuevo está vinculado necesariamente al tema que nos convoca ahora, la mirada aracional de la modernidad debe ser reclutada también para entender el epicentro desde donde se movilizan las pulsiones periféricas del mundo. El enfoque desde donde se aproximan las verdaderas posibilidades de lo intercultural.
El conflicto
El informe final de la Comisión de la Verdad arroja la impactante cifra de 69 280 muertos y desaparecidos calculados en base a una metodología de probada eficacia estadística en procesos similares en el mundo, con un intervalo de confianza del 95%. Es decir, que en el mejor de los casos, el límite inferior indicaría 61 007 peruanos desaparecidos entre los fuegos de la violencia terrorista y las fuerzas del estado. La cifra de víctimas mortales identificadas es de 23 969, sería ocioso explicar que el cálculo final, 2.9 veces mayor, responde al enorme grueso de la población indocumentada concentrada en las zonas alto andinas y amazónicas. Este número supera largamente las pérdidas sufridas en la guerras de independencia y en la guerra con Chile juntas. De este universo de víctimas el 75% eran pobladores no hispanohablantes, cuyas lenguas maternas eran el quechua, el aymara y otros muchos dialectos autóctonos y los cuales apenas podían, en su mayoría, formular una frase inteligible en español.
Los sectores políticos más conservadores y críticos con el informe final de la CVR deforman sus conclusiones y recomendaciones sosteniendo argumentos poco rigurosos, como los cuestionamientos sobre la nomenclatura universal utilizada en la redacción conforme a los parámetros establecidos por otros casos de justicia transicional en el mundo. No les gusta la referencia a un conflicto armado interno, como no les parece verosímil la cifra final de pérdidas humanas (aún cuando se han detectado más de 6 mil lugares de entierros clandestinos a lo largo del país, fosas aún sin abrirse por falta de voluntad política), pero sobre todo cuestionan la violación de derechos humanos como una práctica sistemática, en períodos específicos, por parte de las fuerzas armadas. Esta reacción, que encuentra escasa resonancia más allá de los maniqueos políticos populares promovidos por los que estuvieron directa o indirectamente involucrados con estos abusos, está más bien en línea con la misma genealogía que permitió que la violencia terrorista escale a niveles cada vez más sangrientos en el lapso de veinte años.
Esta desproporción sintomática entre hispanohablantes y no hispanohablantes de un mismo territorio indica solo una de las aristas de la problemática social. En el Perú conviven muchos Perus, y como da testimonio Primitivo Quispe en una de las audiencias públicas de la CVR “Entonces, mi pueblo era pues un pueblo, no sé… un pueblo ajeno dentro del Perú”. Esta ruptura histórica de la capital con el interior ofreció a los grupos subversivos un caldo de cultivo perfecto para la diseminación de la lucha y la metástasis de la violencia. La fragmentación política de la multiculturalidad fue tan evidentemente cómplice de la tragedia como la indiferencia de los sectores más acomodados de la capital con esos pueblos ajenos al Perú.
“Durante muchos años, el Perú moderno, urbano y limeño, trató con indiferencia a las regiones más afectadas por la violencia, las más alejadas y pobres. Incluso cuando el conflicto armado arremetió con fuerza en el corazón de las principales ciudades a finales de la década del 80 e inicios de la del 90, fue difícil unificar las experiencias y la memoria de la violencia de mundos tan distintos, a un punto tal que, cuando la televisión dio su mayor atención a la tragedia, la imagen emblemática de las víctimas que apareció en las pantallas no fue la de los campesinos quechuas sino la de los habitantes hispanohablantes de las urbes” (CVR informe final; 21)
Por un lado la defensa cerrada de las fuerzas armadas por parte de un grupo político deja entrever ciertamente una clara voluntad de impunidad bajo la forma de amnistía en el supuesto de que esos excesos hayan sido aislados y desvinculados de las mismas instituciones castrenses, y por parte de la opinión pública conservadora no hace más que subrayar a lo que Gamio apunta al advertirnos que la historia del Perú ha sido escrita en clave militar. El agravante de estas posiciones reside en que los afectados no estaban reconocidos, al final de cuentas, como iguales a los representantes de la clase social predominante. Eran, algo así como ciudadanos de segunda clase, para hacer alusión a las desafortunadas declaraciones de un político nacional.
Esta militarización del inconsciente social se ve reflejada en los obsoletos desfiles militares que aún protagonizan nuestros estudiantes y nuestras instituciones estatales y revisten de un cierto aura al héroe militar como tal haciéndolo inimputable (Gamio 2009). La historia moderna de la república, una historia escrita además en clave aristocrática o burguesa, de espaldas al interior del país, ha contribuido eficazmente a que ni siquiera las fuerzas armadas en su condición racialmente heterogénea se sienta identificada y empática con esa multiculturalidad atropellada por la violencia del conflicto armado.
Todas estás condiciones, apuntaladas desde la supremacía del modelo capitalista que universaliza y uniforma la percepción de una nación por parte de sus miembros, que racionaliza y cosifica la experiencia cultural, se ve legitimada “en la historia desmemorizante que escribe hoy la historicidad hegemónica”(Fornet – Betancourt; 99)
El Perú es un país multiétnico, pluricultural, multilingüe y multiconfesional (2). Es tiempo de reconocer que en esas diversas y profundas cosmovisiones arraiga nuestra riqueza, no en sentido sentimental, la formulación pretende poner énfasis en el carácter práctico del problema. La reconciliación tiene que ir por el camino del reconocimiento de nuestras diferencias y de saber colocarlas en condición de igualdad. Es ahí donde radica la verdadera democracia, dignificar las diferencias es tan prioritario como respetar a la mayoría. La sociedad civil y el estado deben asumir esa tarea con miras a la interpretación más amplia de las problemáticas futuras, sobretodo si quiere detener el empobrecimiento que aísla a los individuos en posiciones rígidas de desarrollo – subdesarrollo en función de termómetros arbitrarios de exclusión.
Dar la espalda a la alteridad es darle la espalda al espíritu del mundo, cuya voz no son la posiciones de interés hegemónico, el monopolio de la razón, ni la idolatría del progreso (Fornet - Betancourt), ni la historicidad contada por el vencedor. No es reducir lo diverso a un archivo bibliotecario o a una sala de museo como pretende la civilización occidental, sino por el contrario, el espíritu del mundo es la voz de los pueblos que se encarna, – desde sus propias racionalidades y a través del diálogo (unificando el centro con la periferia), – en el ejercicio ejemplar de la memoria
La memoria
Tzvetan Todorov en Los abusos de la memoria ha desarrollado con lucidez y amplitud la necesidad fundamental de los países por reconstruir su historia desde el punto de vista de las víctimas. Es ahí donde el tejido social se ha visto afectado profundamente y su regeneración supone la restitución de los derechos de la víctima como ciudadano. La supresión de la memoria ha sido una practica común en la antigüedad, pueblos enteros han sido borrados de la faz de la tierra. La aniquilación de personas por cultura, raza o religión se denomina genocidio y no es hasta la llegada de la modernidad, en que se proclaman los derechos fundamentales del hombre y se instaura una cultura de derechos humanos que incluso aún hoy no termina de asentarse en las diferentes idiosincrasias políticas.
El riesgo de que la memoria sea reconstruida desde arriba es demasiado alto. Los regímenes totalitarios se ven seducidos a controlar la memoria colectiva arrogándose el derecho de seleccionar lo que debe ser conservado por ésta. Eso ha sido descrito como “historia oficial”. Todorov cita a Himmler a propósito de los preparativos del holocausto ”Es una página gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y que jamás lo será” Por eso los regímenes totalitarios, continúa Todorov, conciben el control de la información como una prioridad.
Hoy, ese peligro se acentúa, la amenaza es mayor con la conquista moderna de la información y las comunicaciones. Dar a conocer la historia es la única forma de rebelarse y de mantener viva una tradición en detrimento de las prácticas modernas que por un lado banalizan la memoria al exponerla a la sobreabundancia y por el otro justifican su supresión “en provecho de la observación y de la experiencia, de la inteligencia y de la razón” (Todorov 2000;21). Los límites de la razón deberían llegar hasta ahí pero es evidente que para las sociedades occidentales la memoria no ocupa un lugar predominante porque sus lineamientos apuntan a la negación de las diferencias, a la uniformización del mercado.
La CVR recabó 17 000 testimonios voluntarios de diferentes estamentos sociales, representantes de la sociedad civil, diversos grupos étnicos, e incluso de las mismas fuerzas armadas. El ejercicio de la memoria desde abajo está legitimado en la convocatoria a todos los que tengan algo que contar y en el hecho de que es la víctima a la que se le ha arrebatado y lesionado sus derechos fundamentales, y es a través de ella que se reconocen las fracturas sociales y permite el examen de los sucesos tal como se dieron en el pasado violento en el que estuvieron inmersos. La voluntad mandatoria es que estos hechos no se vuelvan a repetir.
Todorov establece una distinción indispensable en el ejercicio de recuperar la memoria. El acontecimiento, señala, puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar. En la primera forma el acontecimiento permanece rígido y su contribución para el futuro no trasciende más que como un relato trágico, no se extrae una lección porque se concentra solamente en la reconstrucción del hecho por el hecho mismo y además permite la subyugación del pasado al presente. En el caso de la memoria ejemplar se busca extraer una lección comparándola con casos similares. El término ejemplar proviene de la alusión a los ejemplos que se contrastan y se ponen a dialogar. Desde ese escenario se conduce lo particular hacia lo general permitiendo la conservación y la selección de la memoria en función del relato de las víctimas para extraer una lección moral y política del conflicto, el pasado se convierte de este modo en un agente presente de cambio.
En esta recuperación de la memoria ejemplar el uno transita hacia el otro, la empatía se afianza en la compasión que nos provee el relato: todos son nuestros muertos. Para la víctima, como en el psicoanálisis, dice Todorov, hay un reconocimiento del pasado en donde el dolor causado por el recuerdo se neutraliza y se controla y a la vez hay una liberación, una universalización en el tránsito de lo privado a la esfera pública. Ahí se cierran las heridas, si acaso se llegan a cerrar. Se abre la puerta al luto, al fin la víctima puede enterrar a sus muertos. Pero el único que puede otorgar libremente el perdón es ella (la víctima), y también es el único que puede decir cuando se han cerrado las heridas (3). Y ese acto de perdón no excluye, tampoco, de responsabilidad al victimario que deberá seguir el proceso de justicia por las acciones cometidas. Es aquí donde se debe subrayar que son las víctimas, la opinión pública, la ciudadanía, todos los que han sido afectados por el conflicto los que deben decidir qué debe ser recordado y que olvidado, no el estado ni los partidos políticos. De esta manera la memoria se pone al servicio de la justicia.
En el Perú lo intercultural y lo multicultural fueron conceptos atropellados especialmente durante los años de la violencia, el insulto racial y cultural estuvo siempre presente en la perpetración de las violaciones de los derechos humanos. El sometimiento a la esclavitud por parte de Sendero Luminoso de las etnias Asháninkas (4) , los abusos de las poblaciones quechua hablantes tanto por parte de los grupos terroristas como del propio estado y sus grados de salvajismo responden a una condición de ignorancia alarmante frente al reconocimiento del otro como congénere. Parafraseando a Rorty esas cosas no se las estaban haciendo a otros seres humanos sino a chunchos, indios y a cholos de mierda.
La ausencia flagrante del estado al asignar a las fuerzas armadas el control político y militar de las zonas de emergencia contribuyó enormemente a los abusos sobre la población civil. Los militares administraban justicia en las zonas deprimidas y golpeadas sin poder aplicar ninguna interpretación social o antropológica que brindara algún tipo de soporte fundamental a la población.
Las cifras de los muertos que parecen hoy exageradas ante los ojos de los detractores de la CVR es una forma más de negar la realidad porque al final de cuentas esos muertos no les son importantes. Antes del conflicto las comunidades nativas ya estaban terriblemente empobrecidas, a merced del friaje, de las sequías, y de la indiferencia de un estado que los ignoraba. El reclamo desesperado de las poblaciones afectadas clamando por participación política en las zonas de emergencia caí en saco roto, la violencia de la primera década sucedía, para el grueso de la clase media, en otro Perú. El Estado se lavaba las manos (5).
La sociedad civil
Los principios básicos en los que se fundan los países con sociedades liberales son la libertad, el autogobierno y la igualdad. La libertad, en palabras de Charles Taylor, se encarna en la voluntad de que la sociedad como un todo pueda funcionar fuera del ámbito del estado. Este es el lugar que le corresponde a la sociedad civil como un sistema de instituciones de asociación libre que funge de resistencia frente al posible autoritarismo de estado y el despotismo blando, es decir, el desinterés de la ciudadanía por participar en las decisiones políticas que la afectan.
El autogobierno es el acto de la voluntad soberana mediante el cual el pueblo delega su poder a la autoridad para que lo represente como estado, circunscrito a las convenciones en la forma del contrato social. El poder reside en el pueblo aunque lo delega en cada período electoral. De esta manera funcionan las democracias modernas y en ellas la sociedad civil juega un rol protagónico.
La igualdad ha añadido con el paso del tiempo la condición de compleja para poner sobre la mesa, en Walzer, los diferentes tipos de igualdad en los que la sustancia se mantiene pero varía en sus necesidades de reconocimiento, somos iguales y a la vez diferentes. Esta es la puerta de entrada a las nociones actuales de interculturalidad.
La afirmación y emancipación de la diferencia, señala Dussel acerca de lo intercultural, va construyendo una universalidad novedosa y futura. La cuestión no es Diferencia o Universalidad sino Universalidad en la Diferencia y Diferencia en la Universalidad. Dussel propone una filosofía crítica que abstraiga el marco teórico donde los testimonios de los nuevos movimientos sociales irrumpan en la sociedad civil contemporánea y fuercen una reconstrucción de los horizontes del pensamiento desde una posición mundial y no eurocéntrica. El reto está en promover los diálogos sur - sur y llenarlos de contenidos y originalidad para los futuros diálogos sur – norte (en Dussel;104)
Un país que se reconstruye desde sus relaciones interculturales tomando como base su propia creatividad es un país que sale fortalecido, esta interculturalidad es una herramienta para comprender el mundo en todas sus potencialidades. Le toca a la sociedad civil, en el ámbito de la opinión pública y sostenida por el peso de sus instituciones no políticas, como lo son las universidades, los colegios profesionales, los gremios, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales, las comunidades religiosas, la prensa, entre otras, participar del debate en la esfera pública, y deliberar sobre asuntos de interés común, pero especialmente convocar, atraer hacia ella, a las diferentes concepciones (afines a la posmodernidad) representadas tanto en los puntos de vista occidentales como en las particularidades y los sentidos aracionales de esos grupos sociales, etnias y minorías que hasta ahora han sido relegadas a los confines imaginarios del país.
Anotaciones finales
La historia tiene pretensiones de objetividad, así sustrae la práctica de un diálogo más complejo a sus interlocutores. Pero la memoria es subjetiva e intersubjetiva; el recuento de la CVR es valioso porque llama la atención sobre esa sociedad civil qué falló – al igual que el estado – en el pasado, y que permitió que la violencia se ensañara con los sectores más empobrecidos sin levantar con suficiente vigor la voz de alerta. La reflexión, el debate, la discusión, el análisis, el diálogo son las herramientas con la que se debe trabajar a profundidad en la esfera pública con miras a lograr consensos, convenios, acuerdos e incluso a tolerar disensos.
El mundo actual no necesita sacralizar el mito del buen salvaje ni demoler el sistema occidental, no necesita negar al libre mercado, ni hacer mártir a la periferia. Lo que necesita es transitar libremente a través de la alteridad y de la razón instrumental para encontrar ese tipo de verdad deliberativa, pluralista, que permita la convivencia y la sostenibilidad del progreso no en sentido económico sino en sentido humano. Esa verdad, como señala Habermas, la hace la ley, no la autoridad, y también puede ser contingente (6)
(1) Lo aracional en Lyotard (La Condición postmoderna) es el lenguaje que transcurre paralelo al racional, no lo irracional que sería la negación de lo racional.
(2) “La diversidad étnica, lingüística, cultural y religiosa del Perú no ha sido valorada adecuadamente. Ella está a la base de las profundas diferencias y divisiones entre los pueblos en el Perú, que la violencia a ahondado y exacerbado. No sólo existe discriminación racial, social y económica (“éramos diferentes y no éramos todos iguales”) sino que, además, hay diferencias culturales profundas en la manera de ver el mundo y la vida, incluyendo la perspectiva religiosa. La superación de la discriminación étnica, lingüística, religiosa y cultural es decisiva para la reconciliación nacional”. (CVR informe final: Fundamentos de la Reconciliación; 4.2.1, pág. 77)
(3) Es curiosa, o lamentable, la invocación del actual cardenal a no reabrir viejas heridas, ¿Cómo puede saber si alguna vez se han cerrado?
(4) Las tribus Asháninkas, como otros diversos grupos nativos, no encajaban en la dialéctica de las lucha de clases de la ideología senderista, al no poder asignarles un rol determinado en la sociedad optaron por reducirlos a la esclavitud y someterlos a tratos crueles, perpetrando acciones que califican como crímenes de genocidio.
(5) Los excesos cometidos por los jueces sin rostro, que muchas veces ni siquiera prestaban atención a los descargos de los inculpados, las detenciones y torturas arbitrarias en el cuartel los cabitos, en el pentagonito, las ejecuciones extrajudiciales, la sistemática negación a los derechos a la debida defensa, entre otros atropellos inconstitucionales promovieron iniciativas forzosas como la comisión del padre Hubert Lanssiers para la excarcelación de detenidos injustamente por terrorismo en los últimos años de la dictadura fujimorista. Es importante subrayar la prolongación de estas labores por parte del gobierno de transición del presidente Valentín Paniagua, aún cuando en muchos casos, las trabas burocráticas obligaron a usar la forma del indulto como la solución más inmediata posible, estigmatizando a los inocentes liberados y confundiendo a la opinión pública. Lanssiers fue un sobreviviente de la II guerra mundial y un incansable luchador por los derechos humanos.
(6) Contingente porque es susceptible de verse envuelta en las circunstancias de la política y las tensiones de la deliberación. La verdad en este sentido es también debatible.
BIBLIOGRAFÍA
DUSSEL, Enrique
2007 La filosofía de la liberación ante el debate de la posmodernidad y los estudios latinoamericanos Puebla; UDLA
FORNET – BETANCOURT, Raúl
2009 Teoría y praxis de la filosofía intercultural; Verlagsgruppe Mainz in Aachen
LOPEZ SORIA, Jose Ignacio
2007 Adiós a Mariátegui Lima; Fondo editorial del congreso de la república
GAMIO, Gonzalo
2009 Tiempo de memoria, reflexiones sobre derechos humanos y justicia transicional Lima; IDEHPUCP
RORTY, Richard
Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo
TODOROV, Tzvetan
2000 Los abusos de la memoria Barcelona; Paidós asterisco
WALZER, Michael
2001 Guerra, política y moral Barcelona; Paidós.
HATUN WILLAKUY, informe final de la comisión de la verdad y reconciliación del Perú
TAYLOR, Charles
1995 Argumentos filosóficos Cambridge
LYOTARD, Jean – Francois
1989 La condición postmoderna Madrid; Cátedra
HABERMAS, Jurgen
Modernidad, un proyecto incompleto