Los hechos
ocurridos en Cajamarca han desatado una oleada de emociones políticas y
sociales que me instan a hacerlo impulsado por el acto urgente de desentrañar
las razones finales de nuestra realidad. El trasfondo de esta crisis, una más
de las innumerables que aquejan al país y que para algunos liberales son
manifestaciones naturales del crecimiento, daños colaterales, alteraciones
inevitables que buscan reacomodarse ante el avance inminente del progreso,
reside en elementales nociones de la existencia humana. No sirve de nada que
nos convenzan de las virtudes de la tecnología de punta o que nos aseguren el
mejor tratamiento de las aguas y manantiales, o que todo sea en aras de la
mejor y más adecuada redistribución de los recursos, no puede funcionar ninguno
de los argumentos esgrimidos por el gobierno, por los medios de comunicación
masiva o por la opinión pública educada cuando el asunto, finalmente, no está
circunscrito al ámbito racional sino al de la intuición.
1. Dicen que el mejor gobernante es el que sabe que
es lo mejor para el pueblo sin que incluso este lo sepa.
Al contrastar las noticias que se no presentan a
diario solemos someterlas al criterio de nuestra realidad, del paradigma de
nuestra propia vida. Si este paradigma está profundamente condicionado por una
forma de entender las cosas nos resultará improbable que surja la empatía. Los sucesos
en el norte del país serían, según los liberales comunitaristas, la probable
consecuencia de la ausencia reivindicativa del reconocimiento y los efectos de
lo que Taylor llama las tres formas de malestar de la modernidad: El individualismo,
el uso de la razón instrumental y la mecanización de la sociedad.
Esta tríada contingente de Taylor es el resultado
de un modelo de pensamiento comprometido con los derechos individuales amparados
por un estado neutro y de un abuso sistemático de la moral universalista que
llevado a sus últimas consecuencias deviene en una completa ausencia del
sentido de la vida. Suponer la palabra independiente del lenguaje, ignorar la
naturaleza esencialmente dialógica del ser y traspasar las fronteras de las
esferas particulares para ejercer el predominio y la hegemonía de un bien por
encima de otros (Walzer) conlleva a fracasar cualquier intento por explicar los
procesos sociales.
Cajamarca adolece hoy en día del impacto de un
capitalismo que le llega tarde, que la tomó de improviso luego de dos décadas
de crisis y terrorismo y que la dejó en manos de la empresa que detenta el
historial más cargado de irregularidades y atropellos de la región. Hoy, ellos,
los “antimineros”, hablan con palabras de un lenguaje que no quiere ser
interpretado. Cada 10 dólares de aumento en el precio internacional del oro
significan 35 millones de dólares más de utilidad para la empresa. El tiempo es
oro en ese paradigma hegemónico y eurocéntrico, – suficiente para taponearse
bien los oídos y decir “no entiendo” – las minorías no son legitimizadas, la
razón universal es clara con sus principios; lo que es bueno para mí debe ser
bueno para el otro. Y uno se pregunta, ¿es razonable operar bajo estas premisas
cuando la globalización es un panóptico desde el cual el resto del mundo nos
observa? ¿Es estratégico atropellar opiniones divergentes en nombre del
desarrollo y del crecimiento? ¿No es más prudente tomarse el tiempo debido para
solucionar las crisis sin exhibir la barbarie y la violencia en cadena mundial
y luego, en circunstancias más apacibles, extraer la riqueza?
La respuesta proviene de analizar las variables de
temporalidad. El largo plazo está subordinado al corto. El crecimiento económico
comprende una dimensión diferente del tiempo del que lo supone el reconocimiento
y la empatía. Un año dedicado al ejercicio del diálogo, cuanto menos, y al
ordenamiento minero es demasiado para el mercado. La justicia procedimental, la
moral universalista, la ética discursiva nos dictan otras premisas. La
redistribución está antes, la necesidades económicas son lo primero, luego
vendrá el reconocimiento. Claro, todo esto tendría sentido si el planeta, y los
recursos, no fueran finitos; si el fin justificara los medios.
Cuando nos convencemos de que el conflicto en
Cajamarca es eminentemente social dejamos de insistir en justificar lógicamente
los argumentos a favor del peritaje. También dejamos de ejecutar el
reconocimiento erróneo del que habla Frazer al tildar a cada manifestante, o
activista, de antiminero, radical y violentista (En todo caso, “la política es
radicalidad y la historia es transacción” Jose Carlos Mariategui invocado por
Santiago Pedraglio en una conferencia reciente en la PUCP para explicar que
pactar es el resultado inminente de un proceso político)
Al hacer este trascendental acto de comprensión
deberíamos ser capaces de entender que el multiculturalismo, el derecho
colectivo y la libertad “situada” no pueden ceñirse a interpretaciones
racionales universalistas. Las intuiciones toman múltiples formas para llenar
los vacíos interpretativos y es así como un rondero, acreditado en una
coyuntura particular por el estado para enfrentar a la subversión termina
siendo, en otro contexto, “enemigo del estado de derecho” al no poder hacer
inteligible su protesta por carecer de los códigos del discurso comunicativo
del sector dominante. Sabe que algo está mal, su intuición se lo señala así, pero
no llega a estructurar conceptualmente eso
que está mal con el rigor que su interlocutor en el poder le exige. Él, al
igual que otras minorías no reconocidas, posee legítimamente las razones de la
injusticia y esa certeza que ayer lo llevó a tomar las armas contra sendero hoy
lo enfrenta, en una esfera diferente de justicia, a la minera.
Aquí es cuando la enorme ausencia del estado y
sobretodo de un partido político, esencialmente involucrado con los profundos
temas sociales se desborda. No hay quien tome esas voces de reclamo y las
canalice ordenadamente hasta el gobierno central. Hay que interpretar ese grito
caótico y desordenado para saber si lo que se tiene es hambre o dolor, o frío o
temor, o necesidad. El descontento se atomiza, la igualdad simple nos engaña, hay
que acercarse más.
La compasión, la solidaridad, la empatía y el
reconocimiento irrumpen por la puerta falsa del edificio del contractualismo
cuando el horizonte moral es desconocido por el pensamiento predominante. Ahora
ya no es suficiente lo que antes parecía serlo. Las contingencias humanas, que
siempre han mellado la justicia social del liberalismo redistributivo al no
problematizar la explotación y la mercantilización del individuo y su sociedad,
perdieron a su voz defensora luego de verse dramáticamente enterradas en un
laberinto oculto por una nube negra luego del desmoronamiento de los países del
bloque comunista, laberinto del que aún les cuesta salir renovados y con el
nuevo rostro que la post modernidad les exige.
El fracaso de un modelo (el comunismo) no desvirtúa
la validez de sus preocupaciones en la misma medida en que el fracaso de la
aplicación de un modelo en uno o en determinados países no desvirtúa la
capacidad del modelo en sí. (Es el caso de los estados de bienestar en el que
con el mismo criterio de reconocimiento erróneo se ha intentado poner a todos
en un mismo saco; Alemania y los países nórdicos son la clara muestra de los
casos exitosos de la socialdemocracia frente a Grecia y los países
mediterráneos, que aún sin ser precisamente estados de bienestar, se les
etiqueta para buscar la polaridad emblematizándolos por no haber logrado sacar
adelante sus economías apuntaladas por ambiciosos programas sociales cuando el
diagnóstico más bien supone una corrupción endémica y una ineficiencia
insostenible)
2. Si tu fotografía no es buena es porque no te has
acercado lo suficiente (Robert Cappa)
Entonces ¿nos quedamos absortos frente a la
bifurcación que señala por un lado a las políticas de reivindicación
distributivas y por el otro a las de reconocimiento? Nos entrampamos en lo que
“algunos defensores de la primera, como Richard Rorty, Brian Barry, y Todd
Gitlin, insisten en que la política de la identidad es una diversión
contraproducente de las cuestiones económicas reales, que balcaniza los grupos
y rechaza unas normas morales universalistas” (Frazer 2008; 89) o por el otro
lado Charles Taylor, Michael Walzer e Iris Marion Young al insistir “en que una
política de redistribución que haga caso omiso de las diferencias puede
reforzar la injusticia, universalizando en falso las normas del grupo
dominante, exigiendo que los grupos subordinados las asimilen sin reconocer en
grado suficiente los aspectos característicos de estos” (Frazer 2008; 89) En el
primer caso la economía se alza como el único argumento válido de la lucha
política mientras que en el segundo lo hace la transformación cultural.
Para Nancy Frazer está antítesis es falsa. Si bien
es cierto existen en los extremos del espectro problemas de una u otra índole
la norma es la bidimensionalidad. La clase social y el estatus están
reconciliados en aspectos tan medulares como lo son la raza y el género.
Las exigencias actuales han desplazado el modelo de
la redistribución hacia el de reconocimiento pero no se puede prescindir de una
o subordinar a la otra.
Waltzer propone, dentro de la concepción de la
justicia del reconocimiento que la igualdad compleja debe imponerse a la simple,
ya que esta última, como consecuencia del colapso del predominio de un bien
lleva a la sociedad a la alienación, al narcicismo y al desencanto: “Los
principios de justicia son en sí mismos plurales en su forma; que bienes
sociales distintos deberían ser distribuidos por razones distintas, en arreglo
a diferentes procedimientos y por distintos agentes; y que todas estas
diferencias derivan de la comprensión de los bienes sociales mismos, lo cual es
producto inevitable del particularismo histórico y cultural” (Walzer 2001; 19).
Para Taylor le sentiment de´l existence
de Rousseau simboliza la idea de libertad autodeterminada en cuanto que: “yo
soy libre cuando decido por mi mismo sobre aquello que me concierne en lugar de
ser configurado por influencias externas” (Taylor 1998; 63)
Para ambos liberales comunitaristas la sociedad
humana es esencialmente una comunidad distributiva en la que el individuo, para
definirse, no puede sustraerse a su entorno más próximo que es en el cual su
identidad adquiere significación. El historicismo y la tradición hegeliana se
oponen así al imperativo kantiano.
Frazer los repotencia, los trasciende efectivamente
para acuñar la figura del reconocimiento en la otra cara de la moneda de la
justicia social: la redistribución.
Uno de los ejemplos planteados es el siguiente: “La
estructura económica genera formas racialmente específicas de mala
distribución. Los inmigrantes racializados y las minorías ética padecen unas
tazas desproporcionadamente elevadas de desempleo y pobreza y están
representadas en exceso en los trabajos serviles, con salarios bajos. Estas
injusticias retributivas solo pueden remediarse mediante una política de
redistribución”(Frazer 2008; 93)
Y a la vez, “en el orden de estatus, los patrones
eurocéntricos de valor cultural privilegian los rasgos asociados con la “blancura”
mientras estigmatizan todo lo codificado como “negro”, “moreno” y “amarillo”
(…) en consecuencia, los inmigrantes racializados y/o la minorías étnicas se
consideran individuos deficientes e inferiores, que no pueden ser miembros de
la sociedad (…) Estas injusticias, daños prototípicos de reconocimiento
erróneo, solo pueden remediarse mediante una política de reconocimiento”
(Frazer 2008; 93/94)
En definitiva Frazer propone revisar los parámetros
modernos de la filosofía política reivindicando, más allá del reconocimiento,
al estatus en lo moral, en lo social buscar la mutua interacción de ambas caras
de la moneda para evitar el desplazamiento de la distribución y en lo político
corregir la redistribución y el reconocimiento erróneo por medio de la normatividad
de los participantes. El objetivo es mitigar los efectos de la reificación que
se suelen traducir en prácticas xenófobas, chauvinistas y de intolerancia
enraizada, el desplazamiento que exacerba
las desigualdades y el desencuadre, que al marginar a actores esenciales
truncan la legítima justicia social. En este plano cabe enlazar esta idea de Fraser
con la teoría de las esferas de Walzer para que no exista una extrapolación de
autoridad en ámbitos que no les son propios. Es decir, determinar “que materias
son genuinamente nacionales, cuáles locales, cuáles regionales y cuáles
mundiales” (Frazer 2008;98) y llevando esto únicamente a los extremos del
modelo en donde las condiciones en materias de redistribución y de
reconocimiento se dan per se.
Comprender la complejidad de las relaciones humanas
demanda un acercamiento fenomenológico indispensable dada la movilidad de los
procesos sociales y sus constantes cambios. Integrar todas las variables nos
obliga a subir a la montaña más alta para divisar el panorama amplio y a la vez
volver a la caverna a defender las autonomías y corregir los errores inmediatos
(el todo y las partes). Descuidar ambos espectros de la justicia conduce por un
lado al riesgo de la dominación mediante el dinero y el poder y por el otro a
un aislamiento improductivo y fundamentalista de las minorías y de los grupos
periféricos.
3. Le sentiment de l’existence
En mi contexto laboral, que es en gran medida el
mismo que el personal, ese sentimiento de la existencia rousseano está presente
como una máxima que se asemeja íntimamente a la idea aristotélica de la
felicidad encontrada en el ocio (creativo) y la contemplación. Es difícil
transcribir las intuiciones, pero su fortalecimiento radica en hacer de ellas
un hábito. Creo firmemente en el hombre como un animal político imposibilitado
de desprenderse de sus lazos sociales. Tomarse demasiado en serio la vida en un
sentido individualista – cuando manifiestamente es inducida por algún mecanismo
interesado – resulta inútil . Priorizar y poner límites conduce al equilibrio,
el entusiasmo por el diálogo al balance. En todo caso considero que el camino a
seguir más sensato, tanto para Cajamarca como para mi y mi país, en el más
amplio sentido de comunidad, es el reconocimiento constante del otro, la
empatía, la capacidad de adecuación, y de comprender que la auténtica libertad
nunca puede estar subordinada al progreso, ni a las necesidades más excelsas de
la razón, ni a un bien hegemónico insaciable. Ni a nada que atente contra el
estado de paz que le sentiment
de l’existence* representa.
(*) “el sentimiento de la
existencia despojado de cualquier otro afecto es por sí mismo un sentimiento
precioso de contento y de paz que bastaría por sí solo para convertir esta
existencia en cara y dulce a quien supiera apartar de sí todas las impresiones
sensuales y terrestres que vienen sin cesar a distraernos y a inquietarnos aquí
en nuestra dulzura. Pero la mayor parte de los hombres agitados por continuas
pasiones conocen poco de este estado y no habiendo gustado de él más que
imperfectamente durante algunos instantes, no conservan más una idea obscura y
confusa que no les deja sentir su encanto”. Rousseau, Las ensoñaciones del
paseante solitario, Madrid, Alhambra 1986)
BIBLIOGRAFÍA
FRASER,
Nancy
2008 La justicia social en la era de la política
de identidad: redistribución, reconocimiento y participación. Revista de
trabajo.
WALZER,
Michael
2001 Las esferas de la justicia:
una defensa del pluralismo y la igualdad. México: F.C.E.
TAYLOR,
Charles
1998 La ética de la autenticidad. Barcelona;
Editorial Paidós.
ETXEBERRIA,
Xabier
1996 Ética básica. Bilbao: Universidad de
Deustuo
HABERMAS,
Jürgen
2000 Del uso pragmático, ético y moral de la
razón práctica. En: Aclaraciones a la ética del discurso. Madrid: Trotta.
RAWLS,
John
1995 Teoría de la justicia. México: F.C.E.
DONOSO
PACHECO, Carlos
2003 Charles Taylor: una crítica comunitaria al
liberalismo político. Polis, revista de la Universidad Bolivariana.
PRIOR
OLMOS, Ángel
1993 Habermas y el universalismo moral. Daimon,
revista de filosofía.
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