lunes, 24 de septiembre de 2012

Alegato por Cajamarca


Los hechos ocurridos en Cajamarca han desatado una oleada de emociones políticas y sociales que me instan a hacerlo impulsado por el acto urgente de desentrañar las razones finales de nuestra realidad. El trasfondo de esta crisis, una más de las innumerables que aquejan al país y que para algunos liberales son manifestaciones naturales del crecimiento, daños colaterales, alteraciones inevitables que buscan reacomodarse ante el avance inminente del progreso, reside en elementales nociones de la existencia humana. No sirve de nada que nos convenzan de las virtudes de la tecnología de punta o que nos aseguren el mejor tratamiento de las aguas y manantiales, o que todo sea en aras de la mejor y más adecuada redistribución de los recursos, no puede funcionar ninguno de los argumentos esgrimidos por el gobierno, por los medios de comunicación masiva o por la opinión pública educada cuando el asunto, finalmente, no está circunscrito al ámbito racional sino al de la intuición.

1. Dicen que el mejor gobernante es el que sabe que es lo mejor para el pueblo sin que incluso este lo sepa.
Al contrastar las noticias que se no presentan a diario solemos someterlas al criterio de nuestra realidad, del paradigma de nuestra propia vida. Si este paradigma está profundamente condicionado por una forma de entender las cosas nos resultará improbable que surja la empatía. Los sucesos en el norte del país serían, según los liberales comunitaristas, la probable consecuencia de la ausencia reivindicativa del reconocimiento y los efectos de lo que Taylor llama las tres formas de malestar de la modernidad: El individualismo, el uso de la razón instrumental y la mecanización de la sociedad.
Esta tríada contingente de Taylor es el resultado de un modelo de pensamiento comprometido con los derechos individuales amparados por un estado neutro y de un abuso sistemático de la moral universalista que llevado a sus últimas consecuencias deviene en una completa ausencia del sentido de la vida. Suponer la palabra independiente del lenguaje, ignorar la naturaleza esencialmente dialógica del ser y traspasar las fronteras de las esferas particulares para ejercer el predominio y la hegemonía de un bien por encima de otros (Walzer) conlleva a fracasar cualquier intento por explicar los procesos sociales.
Cajamarca adolece hoy en día del impacto de un capitalismo que le llega tarde, que la tomó de improviso luego de dos décadas de crisis y terrorismo y que la dejó en manos de la empresa que detenta el historial más cargado de irregularidades y atropellos de la región. Hoy, ellos, los “antimineros”, hablan con palabras de un lenguaje que no quiere ser interpretado. Cada 10 dólares de aumento en el precio internacional del oro significan 35 millones de dólares más de utilidad para la empresa. El tiempo es oro en ese paradigma hegemónico y eurocéntrico, – suficiente para taponearse bien los oídos y decir “no entiendo” – las minorías no son legitimizadas, la razón universal es clara con sus principios; lo que es bueno para mí debe ser bueno para el otro. Y uno se pregunta, ¿es razonable operar bajo estas premisas cuando la globalización es un panóptico desde el cual el resto del mundo nos observa? ¿Es estratégico atropellar opiniones divergentes en nombre del desarrollo y del crecimiento? ¿No es más prudente tomarse el tiempo debido para solucionar las crisis sin exhibir la barbarie y la violencia en cadena mundial y luego, en circunstancias más apacibles, extraer la riqueza?
La respuesta proviene de analizar las variables de temporalidad. El largo plazo está subordinado al corto. El crecimiento económico comprende una dimensión diferente del tiempo del que lo supone el reconocimiento y la empatía. Un año dedicado al ejercicio del diálogo, cuanto menos, y al ordenamiento minero es demasiado para el mercado. La justicia procedimental, la moral universalista, la ética discursiva nos dictan otras premisas. La redistribución está antes, la necesidades económicas son lo primero, luego vendrá el reconocimiento. Claro, todo esto tendría sentido si el planeta, y los recursos, no fueran finitos; si el fin justificara los medios.
Cuando nos convencemos de que el conflicto en Cajamarca es eminentemente social dejamos de insistir en justificar lógicamente los argumentos a favor del peritaje. También dejamos de ejecutar el reconocimiento erróneo del que habla Frazer al tildar a cada manifestante, o activista, de antiminero, radical y violentista (En todo caso, “la política es radicalidad y la historia es transacción” Jose Carlos Mariategui invocado por Santiago Pedraglio en una conferencia reciente en la PUCP para explicar que pactar es el resultado inminente de un proceso político)
Al hacer este trascendental acto de comprensión deberíamos ser capaces de entender que el multiculturalismo, el derecho colectivo y la libertad “situada” no pueden ceñirse a interpretaciones racionales universalistas. Las intuiciones toman múltiples formas para llenar los vacíos interpretativos y es así como un rondero, acreditado en una coyuntura particular por el estado para enfrentar a la subversión termina siendo, en otro contexto, “enemigo del estado de derecho” al no poder hacer inteligible su protesta por carecer de los códigos del discurso comunicativo del sector dominante. Sabe que algo está mal, su intuición se lo señala así, pero no llega a estructurar conceptualmente eso que está mal con el rigor que su interlocutor en el poder le exige. Él, al igual que otras minorías no reconocidas, posee legítimamente las razones de la injusticia y esa certeza que ayer lo llevó a tomar las armas contra sendero hoy lo enfrenta, en una esfera diferente de justicia, a la minera.
Aquí es cuando la enorme ausencia del estado y sobretodo de un partido político, esencialmente involucrado con los profundos temas sociales se desborda. No hay quien tome esas voces de reclamo y las canalice ordenadamente hasta el gobierno central. Hay que interpretar ese grito caótico y desordenado para saber si lo que se tiene es hambre o dolor, o frío o temor, o necesidad. El descontento se atomiza, la igualdad simple nos engaña, hay que acercarse más.
La compasión, la solidaridad, la empatía y el reconocimiento irrumpen por la puerta falsa del edificio del contractualismo cuando el horizonte moral es desconocido por el pensamiento predominante. Ahora ya no es suficiente lo que antes parecía serlo. Las contingencias humanas, que siempre han mellado la justicia social del liberalismo redistributivo al no problematizar la explotación y la mercantilización del individuo y su sociedad, perdieron a su voz defensora luego de verse dramáticamente enterradas en un laberinto oculto por una nube negra luego del desmoronamiento de los países del bloque comunista, laberinto del que aún les cuesta salir renovados y con el nuevo rostro que la post modernidad les exige.
El fracaso de un modelo (el comunismo) no desvirtúa la validez de sus preocupaciones en la misma medida en que el fracaso de la aplicación de un modelo en uno o en determinados países no desvirtúa la capacidad del modelo en sí. (Es el caso de los estados de bienestar en el que con el mismo criterio de reconocimiento erróneo se ha intentado poner a todos en un mismo saco; Alemania y los países nórdicos son la clara muestra de los casos exitosos de la socialdemocracia frente a Grecia y los países mediterráneos, que aún sin ser precisamente estados de bienestar, se les etiqueta para buscar la polaridad emblematizándolos por no haber logrado sacar adelante sus economías apuntaladas por ambiciosos programas sociales cuando el diagnóstico más bien supone una corrupción endémica y una ineficiencia insostenible)

2. Si tu fotografía no es buena es porque no te has acercado lo suficiente (Robert Cappa)
Entonces ¿nos quedamos absortos frente a la bifurcación que señala por un lado a las políticas de reivindicación distributivas y por el otro a las de reconocimiento? Nos entrampamos en lo que “algunos defensores de la primera, como Richard Rorty, Brian Barry, y Todd Gitlin, insisten en que la política de la identidad es una diversión contraproducente de las cuestiones económicas reales, que balcaniza los grupos y rechaza unas normas morales universalistas” (Frazer 2008; 89) o por el otro lado Charles Taylor, Michael Walzer e Iris Marion Young al insistir “en que una política de redistribución que haga caso omiso de las diferencias puede reforzar la injusticia, universalizando en falso las normas del grupo dominante, exigiendo que los grupos subordinados las asimilen sin reconocer en grado suficiente los aspectos característicos de estos” (Frazer 2008; 89) En el primer caso la economía se alza como el único argumento válido de la lucha política mientras que en el segundo lo hace la transformación cultural.
Para Nancy Frazer está antítesis es falsa. Si bien es cierto existen en los extremos del espectro problemas de una u otra índole la norma es la bidimensionalidad. La clase social y el estatus están reconciliados en aspectos tan medulares como lo son la raza y el género.      
Las exigencias actuales han desplazado el modelo de la redistribución hacia el de reconocimiento pero no se puede prescindir de una o subordinar a la otra. 
Waltzer propone, dentro de la concepción de la justicia del reconocimiento que la igualdad compleja debe imponerse a la simple, ya que esta última, como consecuencia del colapso del predominio de un bien lleva a la sociedad a la alienación, al narcicismo y al desencanto: “Los principios de justicia son en sí mismos plurales en su forma; que bienes sociales distintos deberían ser distribuidos por razones distintas, en arreglo a diferentes procedimientos y por distintos agentes; y que todas estas diferencias derivan de la comprensión de los bienes sociales mismos, lo cual es producto inevitable del particularismo histórico y cultural” (Walzer 2001; 19). Para Taylor le sentiment de´l existence de Rousseau simboliza la idea de libertad autodeterminada en cuanto que: “yo soy libre cuando decido por mi mismo sobre aquello que me concierne en lugar de ser configurado por influencias externas” (Taylor 1998; 63)
Para ambos liberales comunitaristas la sociedad humana es esencialmente una comunidad distributiva en la que el individuo, para definirse, no puede sustraerse a su entorno más próximo que es en el cual su identidad adquiere significación. El historicismo y la tradición hegeliana se oponen así al imperativo kantiano.   
Frazer los repotencia, los trasciende efectivamente para acuñar la figura del reconocimiento en la otra cara de la moneda de la justicia social: la redistribución.
Uno de los ejemplos planteados es el siguiente: “La estructura económica genera formas racialmente específicas de mala distribución. Los inmigrantes racializados y las minorías ética padecen unas tazas desproporcionadamente elevadas de desempleo y pobreza y están representadas en exceso en los trabajos serviles, con salarios bajos. Estas injusticias retributivas solo pueden remediarse mediante una política de redistribución”(Frazer 2008; 93)
Y a la vez, “en el orden de estatus, los patrones eurocéntricos de valor cultural privilegian los rasgos asociados con la “blancura” mientras estigmatizan todo lo codificado como “negro”, “moreno” y “amarillo” (…) en consecuencia, los inmigrantes racializados y/o la minorías étnicas se consideran individuos deficientes e inferiores, que no pueden ser miembros de la sociedad (…) Estas injusticias, daños prototípicos de reconocimiento erróneo, solo pueden remediarse mediante una política de reconocimiento” (Frazer 2008; 93/94)
En definitiva Frazer propone revisar los parámetros modernos de la filosofía política reivindicando, más allá del reconocimiento, al estatus en lo moral, en lo social buscar la mutua interacción de ambas caras de la moneda para evitar el desplazamiento de la distribución y en lo político corregir la redistribución y el reconocimiento erróneo por medio de la normatividad de los participantes. El objetivo es mitigar los efectos de la reificación que se suelen traducir en prácticas xenófobas, chauvinistas y de intolerancia enraizada, el desplazamiento que exacerba las desigualdades y el desencuadre, que al marginar a actores esenciales truncan la legítima justicia social. En este plano cabe enlazar esta idea de Fraser con la teoría de las esferas de Walzer para que no exista una extrapolación de autoridad en ámbitos que no les son propios. Es decir, determinar “que materias son genuinamente nacionales, cuáles locales, cuáles regionales y cuáles mundiales” (Frazer 2008;98) y llevando esto únicamente a los extremos del modelo en donde las condiciones en materias de redistribución y de reconocimiento se dan per se.
Comprender la complejidad de las relaciones humanas demanda un acercamiento fenomenológico indispensable dada la movilidad de los procesos sociales y sus constantes cambios. Integrar todas las variables nos obliga a subir a la montaña más alta para divisar el panorama amplio y a la vez volver a la caverna a defender las autonomías y corregir los errores inmediatos (el todo y las partes). Descuidar ambos espectros de la justicia conduce por un lado al riesgo de la dominación mediante el dinero y el poder y por el otro a un aislamiento improductivo y fundamentalista de las minorías y de los grupos periféricos.    


3. Le sentiment de l’existence
En mi contexto laboral, que es en gran medida el mismo que el personal, ese sentimiento de la existencia rousseano está presente como una máxima que se asemeja íntimamente a la idea aristotélica de la felicidad encontrada en el ocio (creativo) y la contemplación. Es difícil transcribir las intuiciones, pero su fortalecimiento radica en hacer de ellas un hábito. Creo firmemente en el hombre como un animal político imposibilitado de desprenderse de sus lazos sociales. Tomarse demasiado en serio la vida en un sentido individualista – cuando manifiestamente es inducida por algún mecanismo interesado – resulta inútil . Priorizar y poner límites conduce al equilibrio, el entusiasmo por el diálogo al balance. En todo caso considero que el camino a seguir más sensato, tanto para Cajamarca como para mi y mi país, en el más amplio sentido de comunidad, es el reconocimiento constante del otro, la empatía, la capacidad de adecuación, y de comprender que la auténtica libertad nunca puede estar subordinada al progreso, ni a las necesidades más excelsas de la razón, ni a un bien hegemónico insaciable. Ni a nada que atente contra el estado de paz que  le sentiment de l’existence* representa.

(*) “el sentimiento de la existencia despojado de cualquier otro afecto es por sí mismo un sentimiento precioso de contento y de paz que bastaría por sí solo para convertir esta existencia en cara y dulce a quien supiera apartar de sí todas las impresiones sensuales y terrestres que vienen sin cesar a distraernos y a inquietarnos aquí en nuestra dulzura. Pero la mayor parte de los hombres agitados por continuas pasiones conocen poco de este estado y no habiendo gustado de él más que imperfectamente durante algunos instantes, no conservan más una idea obscura y confusa que no les deja sentir su encanto”. Rousseau, Las ensoñaciones del paseante solitario, Madrid, Alhambra 1986)

BIBLIOGRAFÍA
FRASER, Nancy
2008 La justicia social en la era de la política de identidad: redistribución, reconocimiento y participación. Revista de trabajo.

WALZER, Michael
2001 Las esferas de la justicia: una defensa del pluralismo y la igualdad. México: F.C.E.

TAYLOR, Charles
1998 La ética de la autenticidad. Barcelona; Editorial Paidós.

ETXEBERRIA, Xabier
1996 Ética básica. Bilbao: Universidad de Deustuo

HABERMAS, Jürgen
2000 Del uso pragmático, ético y moral de la razón práctica. En: Aclaraciones a la ética del discurso. Madrid: Trotta.

RAWLS, John
1995 Teoría de la justicia. México: F.C.E.
 
DONOSO PACHECO, Carlos
2003 Charles Taylor: una crítica comunitaria al liberalismo político. Polis, revista de la Universidad Bolivariana.

PRIOR OLMOS, Ángel
1993 Habermas y el universalismo moral. Daimon, revista de filosofía.

jueves, 12 de abril de 2012

La parrilla de la escritura – 1. el escritor zen

– Doscientos cincuenta – dijo el maestro.

– Ya – dijeron los iniciados y se acomodaron alrededor del ambiente en disímiles sillas y sillones.

Señala un proverbio hindú que si ves a tu maestro cruzarse en tu camino, elimínalo, porque ya no busca enseñarte sino enriquecerse: material, egoíca, groupie, energética o whatevermente. El camino, al final, siempre es de a uno.

Daniel Cassany escribió un libro: La cocina de la escritura. Oswaldo Reynoso se le adelantó dos décadas a Thays en poner en aprietos al ají de gallina, al menos en atentar contra ese santosantorum nacional que es la cocina peruana.

Oscar, mi entrenador del gimnasio, me responde ante la pregunta que le hago sobre mi alimentación que a que hora me acuesto. Tarde le digo, soy escritor. Ah pues, seguro te amaneces entre cigarrillos y café.



1. El escritor zen

Hay un afán compulsivo por meter en el mismo saco los más escabrosos vicios y la literatura. Como lo hago yo, un poco, al asociar mi sueño postergado, que no es insomnio, al teje y maneje de las palabras.

Mal.

Pero peor aún son esos convencionalismos que aburren. A ver, gente que escriba mostro abunda. Esa virtud se asemeja al de poseer una buena voz y al que detenta habilidad para el dibujo. Pero manosearlo hasta el paroxismo por un mero capricho narcicista, hmmm; y en cuanto formato exista, hmmm; hoy por hoy cualquiera es escritor; y maldito.

Son egos regodeándose en su afición. Tirándose de los pelos sobre un pozo enlodado que no sirve para nada. Que por ahí ya pasaron Rimbaud, y Verlaine, y Baudalaire y Bukowsky y Vallejo también. Ninguno de ellos haría hoy elogio de la desfachatez autopublicándose en un pizarrón de moda. Hacerlo además sería como correrle el maquillaje al payaso.

Siempre he creído que no todos estamos hechos para ser profesionales. Ni artistas. Hay mil oficios rentables que no son menos dignos por no andar de moda. Estamos en los tiempos de la multiplicación de los héroes. Todos queremos ser estrellas. Y si no nos pagan al menos lo seremos del facebook, del twitter, de nuestras mamis, novias, colleras o del perro.

Hay escritores que son mejores conferencistas que creadores. Que son diestros profesores y habilidosos en el ensayo pero carecen de armas – o de entrañas – para llegar al otro lado. Hay mejores críticos que cineastas, mejores espectadores que directores, mejores aguateros que pugilistas.

Hablar escatológicamente es más fácil que hablar bonito, ser simplón – light – escuálido más que complejo, elaborado, rico. Ser rebelde y asumir poses es en apariencia más gratificante que no serlo. El artista es transgresor, dirían los malditos. El artista también sabe que los modales importan para poder entrar al salón que hay que desbaratar.

Construir un universo de ficción no es únicamente manejar la gramática y dominar el balón del fraseo, es poseer un estilo lo suficientemente poderoso que no permita la impavidez en el lector. Que con su despliegue de recursos y su historia urgente no deje a nadie sin conmoción. No solo por la belleza de sus palabras, ni el ritmo de su prosa sino por la centelleante luz que acompañará a quien lo lea toda su vida.

La vez pasada bajo un cielo azul que nunca es brillante le pregunté a una amiga que acaba de dar a luz por sus razones para traer un niño a este mundo. Su esposo luego me diría que no es adecuado preguntarle eso a una madre en periodo de lactancia.

Igual ella me respondió que no sabe pues, que supone que para realizarse como mujer, que qué clase de pregunta es esa, y después me mandó al cacho.

Decir que alguien trae al mundo a un niño para realizarse como mujer me parece, francamente, un cliché sin pies ni cabeza. Eso solo podría tener sentido como consigna eclesiástica urbi et orbi con miras a aumentar la población, llenar los corrales y las alforjas.

Después de meditar concienzudamente al respecto y sin mayores visos de hallar una respuesta que me satisfaga, finalmente encontré una, una sola, única y exclusiva razón que me convenció de hacerlo, o sea de traer a un nuevo ser a este mundo: que su llegada sirva para impactar positivamente en su entorno, que ayude al planeta a evolucionar, que ponga su granito de arena en la comprensión del sentido de las cosas. Que le dé aliento, que sople un hálito de esperanza en los corazones de los que ya no la tienen.

No que sea mío de mi propiedad, ni mi continuidad genética, ni mi heredero legítimo, ni mi realización personal, ni la sangre de mi sangre, ni mi compañía incondicional, ni mi fuente de ingresos, ni mi soporte en la vejez, ni ninguno de esos lugares comunes que terminarán deprimiéndolo. No. Nada de eso.

Que sea del mundo, y que le sirva.

Lo mismo pienso de la literatura. Engendrar una novela, publicarla, para realizarse personalmente o por un acto de vanidad es un disparate. Traerla por dinero o por reconocimiento o por oportunismo o por catarsis lo mismo da, no sirve.

Esa labor implica un proceso de gestación heroico, riguroso, introspectivo y demencial, y si no hay nada nuevo, bueno, honesto y nutritivo que transmitir, entonces ¿para qué enfrascarse en esa batalla interminable que es escribir?, ¿para que romperse los sesos desentrañando el nudo gordiano? ¿para qué empujar con inexplicable ahínco la enorme roca de Sísifo hacia la cumbre insondable?

¿Para qué perder el tiempo?

Si afuera hay mil razones para no hacerlo.